-Hoy voy a escribir a mi
hermano. ¿Le vas a poner algo?
-Claro…
No tan claro –pensó-. Luis es
de mi familia, no de la suya.
Estaba en bata, sin lavar ni
peinar, y se movió por el dormitorio, al parecer sin objeto. Luego, bajó las
escaleras y se quedó indeciso frente a un buró que había en la planta baja.
Volvió al pie de la escalera y alzó la voz:
-Geny, ¿tienes la carta?
-¿Qué carta?
-La última que escribió Luis.
-La tendrás tú. Yo no sé dónde
está.
Volvió al buró y manoseó unos
papeles y unos sobres y se dio cuenta de que no veía bien. Buscó en los
bolsillos del batín y volvió a la escalera.
-Geny…
-¿Qué quieres?
-Échame las gafas. Creo que
las he dejado en la silla del cuarto, sobre le periódico.
Ella tardó un buen rato en
aparecer, y él pensó: Qué torpe. Lo que tiene que hacer es buscarlas donde le
he dicho. Cuando más disfruta es cuando se empeña en no encontrar lo que anda
buscando.
-¿Estás ahí?- preguntó la
mujer desde arriba.
-Sí. ¿Dónde voy a estar?
-Toma.- Y le tiró el estuche
metálico.
Él volvió al buró y revolvió
los papeles, tarjetas de Navidad, folletos, facturas y algunas cartas.
Es igual –pensó-. No tengo por
qué recordar a estas alturas lo que nos contaba Luis. Puedo hablarle de
nosotros y preguntar cómo marcha el nieto. Eso le gustará.
Se sentó en la butaca frente
al televisor apagado y oyó que Geny andaba por la cocina, quizá desayunando.
Alzó la voz:
-Geny, ¿Cómo le han puesto al
nieto de mi hermano? ¿Lucas?
Sonó el grifo del fregadero y
un ruido de cacharros. Él se levantó, abrió la puerta de la cocina y volvió a
preguntar.
-¿Lucas? ¿De dónde lo sacas?
Nadie se llama así en nuestras familias… Martín… Le pusieron Martín porque
nació el once de Noviembre y les gustaba ese nombre, ¿no te acuerdas?
Él volvió a sentarse en la butaca
y pensó: No fallan. Para esas leches de nacimientos, santos, bodas, divorcios y
defunciones, no fallan. Así son.
Le podría contar –se dijo- que
nuestra hija vino unos días a estar con nosotros en Navidad o, incluso
–sonrió-, lo de esta mañana, cuando me desperté y vi a Geny sentada al borde de
la cama. De pronto, me sorprendieron las flores de su camisón. La verdad es que
nunca me había fijado antes. Pensé, ¿por qué flores? Nunca entenderé ese afán
grotesco de Geny, y de todas ellas, por añadir atractivo al tiempo que las
caduca. En una convivencia de años ya no hay mentiras; ya no hay forma de
pintar o maquillar los días o animarlos con flores estampadas. Le dije: “¿Os
vais a levantar ya, tú y tus flores?” No sé si me oyó. Salió del cuarto
renqueando por la artritis y no dijo nada.
-¿Vas a desayunar de una vez?
¿Vas a arreglarte?
-Voy a escribir la carta-
dijo. Pero decidió lavarse y vestirse, porque notaba frío.
Cuando bajó con el papel de
cartas y un sobre, Geny estaba acabando de preparar unas acelgas y un poco de
carne y le dijo que no se pusiera en la mesa de la cocina. Cogió un plátano y
se sentó a escribir en la mesa del comedor.
-¿Ahora vas a comer eso?
-Es el desayuno.
Se quedó mirando al papel y,
sin esperar más puso: “Queridos Luis y Paula”. Luego pensó: En realidad, Paula
me importa poco y podría escribir “Querido Luis” y, al final, nombrar a Paula y
a los hijos y enviarles un abrazo a todos. O debería encabezar la carta al
revés: “Queridos Paula y Luis”, por aquella norma ya en desuso de “las señoras
primero”, o porque en los matrimonios más vale estar a bien con ella que con
él…
-¿Comemos?
-¿Ahora?
-¿Te parece pronto? Son más de
las tres.
Él miró la ventana y le
pareció que había menos luz. Era uno de esos días grises, que van oscureciéndose
a toda prisa hasta llegar a marengo.
Cuando se servían el postre,
compota de manzana, ella le dijo:
-Loreto va a pasar esta tarde
por aquí a que le firmes un certificado de buena conducta, o de conducta
intachable, o que les conocemos hace años, o algo así…
-¿Para qué?
-No sé… Creo que Piero quiere
meterse a importar cerámica de Sicilia, o de Murano, o de no sé dónde… y ahora,
con lo de las drogas, parece que no es tan fácil…
Él se calló y pensó en la
carta.
Después de comer, se adormiló
en la butaca y le despertó el timbrazo de la vecina. Geny abrió la puerta y los
dos se quedaron cuchicheando un rato en el recibidor.
Loreto era una morena gorda y
guapa y, cuando aparecía, llenaba la casa con su cuerpo, pero también con su
voz, sus historias, sus ojos fuertes de tótem y sus risas. Iba siempre de negro
para disimular las grasas, sin lograrlo.
Loreto le gustaba y, a la vez,
le cansaba su vitalidad y a su marido prefería no verle; no le caía simpático,
no sabía por qué, pero eran buenos vecinos y firmó le impreso.
La carta seguía empezada sobre
la mesa del comedor cuando se marchó ella, y él volvió a sentarse para seguir.
“Queridos Luis y Paula”, leyó.
La verdad es que Luis, que es
el que se mueve más –se dijo-, podía llamarnos por teléfono alguna vez, como la
cuñada de Geny. Las cartas no sabemos nunca si llegan o no y, hasta que se
contestan, pasan meses o más, un año, y no sabe uno qué contar, porque lo del
camisón encajaría más bien en un diario, o en unas memorias y, a fin de
cuentas, lo único que quiere uno saber cuando escribe es si ellos están bien y
decirles que nosotros estamos bien también, a Dios gracias.
Escribió: “Hace ya mucho
tiempo que llegó vuestra carta y esta mañana, al fin, le he dicho a Geny que no
pasaba de hoy, que la iba a contestar y a deciros que por aquí andamos bien y
sin novedad, con los achaques propios de los años, y que no falten, que son
señal de vida. Y a me diréis cómo está Martinito, si ha crecido mucho y las
monerías que hace…”
Geny le interrumpió porque, en
el canal 2, iban a poner un programa con el desembarco de los aliados en
Normandía.
-¿A qué hora?
-Dentro de nada
Lo vieron los dos, mientras
ella se afanaba haciendo punto para el Hospital de Niños con Espina Bífida. Él
se quedó dormido al final, antes de que Führer, personalmente, tomara el mando
de aquel frente de guerra. Cuando despertó, comieron juntos unas galletas con
queso y algo de fruta y, tras ver las noticias de las nueve, se fueron
preparando despacio para la cama.
-¿Has escrito la carta?
-No, ¿cuándo lo iba a hacer?
Se acostó de lado, pensando en
lo que había escrito ya, y vio a Geny que se metía en la cama con el camisón de
flores estampadas. Mirando las flores se fue adormeciendo poco a poco.
Medardo Fraile.
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